La rentabilidad financiera es un indicador clave para medir el éxito de una empresa, ya que refleja la capacidad de generar beneficios con los recursos propios que ha invertido. Es decir, mide el retorno que obtienen los socios por su aportación al capital de la empresa.

Para que una empresa sea rentable, su rentabilidad financiera debe ser superior al coste de oportunidad de invertir esos recursos en otra alternativa sin riesgo, como por ejemplo un depósito bancario o un bono del Estado. Además, debe cubrir la prima de riesgo que implica desarrollar una actividad empresarial, que es más incierta y volátil que una inversión segura.

Por tanto, la rentabilidad financiera es una garantía de valor para la empresa, ya que indica que está creando riqueza para sus propietarios y que tiene capacidad para afrontar sus obligaciones financieras. Sin embargo, conseguir una rentabilidad financiera óptima no es una tarea fácil, ya que requiere una gestión eficiente de los recursos, una buena planificación financiera y una adecuada toma de decisiones.

Para ello, es fundamental contar con un director financiero que se encargue de analizar la situación económica y financiera de la empresa, de establecer los objetivos y las estrategias para alcanzarlos, de controlar el presupuesto y el flujo de caja, de optimizar la estructura de capital y el endeudamiento, y de evaluar la rentabilidad y el riesgo de las inversiones.

En definitiva, la rentabilidad financiera es un factor clave para garantizar el valor de la empresa y su sostenibilidad en el largo plazo.

Por eso, es imprescindible contar con un director financiero, interno o externo, que sepa gestionar los recursos financieros de forma eficaz y eficiente, y que contribuya a maximizar el beneficio para los socios.

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